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mis orí-genes

Desciendo, por vía materna, de una genealogía andaluza donde aprendí jugando la magia de los naipes con la baraja española. Mi abuelo Antonio y mi tío Miguel se pasaban las tardes echando partidas a la brisca, desde entonces, el vínculo que establecí con las cartas es de cercanía y familiaridad. Mi abuela Adriana me transmitió el interés por las leyendas, por el misterio de los que ya no están y por los rituales sagrados con velas y cruces de caravaca. Recuerdo nuestra complicidad y pasar mi infancia escuchando sus historias de apariciones en su casa sureña y, de adolescente, leer con ella los fascículos semanales de mi admirado maestro mistérico, Jiménez del Oso. Me encantaba como hablaba y, lo que contaba, ese hombre. Sentada frente al televisor, delgada y canija, hipnotizada por su conocimiento y por las bolsas de sus ojos.

Por parte paterna, desciendo de aragoneses, mi abuela Marina me enseñó el cuidado de la tierra y la comunicación con los animales y las plantas. Muchos veranos los pasaba con ella y con mi prima Zaida en el terreno que construyó mi abuelo Avelino. Allí éramos las pequeñas salvajes. Íbamos todo el día casi desnudas, con los pies negros, las rodillas peladas por las caídas en la bici y tostadas de sol. Mi abuela siempre decía que el moreno de montaña es más bonito y duradero que el de playa. Ella era una mujer fuerte que trabajaba la tierra, que conocía los secretos de los cambios en el clima mirando el cielo. Recuerdo esos veranos como oasis de libertad y aventura, en contacto con la maravilla de lo natural y lo sencillo. Fue en esa época cuando jugaba a ser bruja bajo el almendro con ollas gastadas de mi abuela, fue en esa época cuando dibujaba símbolos de tiza mientras charlaba con la luna.

Desde chica, me  apasiona lo oculto, lo inefable, lo imperceptible a los sentidos.

Cuando era una niña, instaba a mis primas mayores y amigas del colegio a utilizar el poder de la mente, visualizando y jugando con la telepatía. Una vez mi tía Manuela nos pidió que dejáramos nuestros juegos porque un plato se cayó sin motivo del mueble de la cocina. En nuestra mente infantil ese día fue glorioso y nos sentimos como superheroínas mentalistas. Después de todo, ¿quién no ha jugado de pequeña a tener poderes como en los cómics?

De adolescente, me convertí en una lectora voraz de libros esotéricos. Cada semana iba a explorar el Mercat de Sant Antoni, en Barcelona, en busca de tesoros. A raíz de ahí empecé a realizar rituales con velas y elementos naturales, magia blanca, la llamaba.

Entonces, llegó a mí el Tarot.

Primero, los arcanos menores, a través de la baraja española, pero, ya con preguntas de amoríos adolescentes jugando entre amigas y observando las posibilidades combinatorias de las figuras de la corte en la lectura. Reyes rubios, sotas pelirrojas y caballeros morenos danzaban en nuestros recién estrenados corazones en revolución.

Después, llegaron los arcanos mayores, a través de la revista el Jueves. Caricaturas de personajes famosos como arquetipos del Tarot de Marsella, donde el Ermitaño era Julio Iglesias, la Emperatriz, Isabel Preysler… aún guardo ese Tarot con mucho cariño.


El tema es que empecé a jugar con personas cercanas y los acontecimientos que leía sorprendían a los que se acercaban, y a mí misma, que no entendía cómo esas láminas podían contarme tantas cosas, sinceramente, a nivel racional, todavía no lo entiendo. Tiempo después, me enteré de que a ese tipo de abordaje lo llamaban predictivo.

A los 17 años, mi madre me regaló la baraja de Alba Dorada y seguí haciendo tiradas en cualquier lugar y a cualquiera que se acercara. En verano, la casa del pueblo se llenaba a la hora de la siesta de familiares y vecinas que esperaban para que les leyera el «destino».

A los 19 años, ya tenía mis primeras clientas e iba por las casas con mi Tarot desvelando pasados, presentes y posibles acontecimientos futuros. A veces, me imaginaba como una bruja moderna que llevaba sus oráculos a domicilio.

La lectura del Tarot predictivo me agotaba, física y mentalmente, y abandoné la práctica en diversas ocasiones, negándome al determinismo, alejándome de la dependencia de las clientas a las que les repetía que yo era una mera lectora, una intérprete, que no tenía las respuestas de su camino porque el Tarot era espejo, reflejo de lo que ellas traían dentro, y que yo, mera humana, no era un oráculo con patas que profetizara deseos o miedos, sino que las instaba a tomar las riendas, la responsabilidad de sus sendas. Incluso así, el enganche al Tarot predictivo era muy fuerte y tuve que desaprender vicios de lectura, y releer desde otros ojos.

Entonces, me adentré en nuevas lecturas y aventuras como el estudio del Tarot terapéutico, de la Simbología, del Coaching Esencial, y diversos métodos creativos donde conjurar artes: la literatura comparada, el Tarot y la escritura, la poesía, el cine… para trabajar conmigo y con las personas interesadas. La idea era abordarlo desde diferentes espacios artísticos donde quien se acercara al Tarot descubriera su increíble potencial para salir de sus propios laberintos, o al menos intentarlo, y ver las trampas.

Siempre me he basado en mi ética personal, es decir, había preguntas que no respondía ni respondo: ¿Cuándo me voy a morir?, ¿cuándo se va a morir? Un día descubrí que varias escuelas del gremio habían redactado un código ético para tarotistas profesionales y me adherí. Fue una alegría ver como nuestro oficio contaba con escuelas, congresos y especialistas de todo el mundo, cada vez más conectados para compartir ideas sobre el Tarot.

Mientras impartía clases de español para extranjeros y de escritura creativa en laboratorios de artistas, casals, escuelas, y alguna universidad, empecé a compartir charlas de Tarot en distintos lugares donde me invitaban. Más tarde, empecé a dar clases, en Barcelona y México, para que las lectoras y lectores activxs se convirtieran en escritor@s activ@s y crearan su propio estilo, su método, sus lecturas…

Considero que el conocimiento que no se comparte, se estanca y muere de a poco. Seguir el sagrado y eterno flujo de dar y recibir es un presente continuo. Y así nacieron los talleres: Tarot, el arte de leer la senda, ¿Qué nos cuentan los arcanos? ¿Qué nos cuentan los arquetipos? Mañanas de té y Tarot, Tardes de té y Tarot, Imago Tarot. También creció la comunidad Kawok y la Igloo Tarot School donde seguimos explorando y dándole candela a la magia cotidiana.

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